EL TRAIDOR DE PRAGA,
presentación de la novela en el Ateneo de Madrid
20 de abril de 2012
Palabras de Humberto López y Guerra
Buenas tardes, ante todo, mi gratitud hacia el Ateneo de Madrid y en particular al amigo Francisco Castañón, director del Aula Europea de Humanidades, siempre tan generosos con los temas hispanoamericanos. Gracias a cada uno de ustedes por haberse acercado y a Vicente Botín y Luis Manuel por acompañarnos en esta presentación.
El camino recorrido hasta la publicación de “El Traidor de Praga”, ha sido largo. Si a alguien tengo que agradecer el poder estar hoy con ustedes, es a Pío E. Serrano, su editor; porque, además de ser un avezado lector y severo crítico, supo estimularme e insuflarme con su impasible y bien fundado optimismo, la fuerza necesaria para rescatar al “Traidor de Praga” del cajón al que había sido confinado, y convertirlo, finalmente, en la novela que hoy presentamos.
Para hacer un poco de historia: hace siete años terminé la primera versión fundada únicamente en mis recuerdos de una Cuba de la que faltaba desde 1968 y en su relectura comprendí que, en realidad, no estaba lista para ser publicada. Faltaba algo, y ese algo era la necesidad de actualizar mis conocimientos del país, actualizarlos después de tantos cambios y poder describir con una mayor profundidad una Cuba que yo ya no conocía. No se trataba únicamente de recrear o recordar una época pasada que ya había dejado de existir, sino de entrar en contacto con una nueva realidad que yo desconocía.
Es cierto que tenía el dominio de todos los otros escenarios donde se desarrollaba la historia pero no el de La Habana actual. Ante esta situación imposible me vi obligado a abandonar el proyecto y guardar en un cajón aquella primera versión, pues por entonces no era posible para un exiliado viajar a Cuba.
Unos años más tarde, de un día para otro, el régimen anunció que la gran mayoría de los cubanos podían nuevamente viajar a la Isla.
Yo, escéptico como me había enseñado la experiencia, me tomé con mucha cautela aquella noticia, pero finalmente, pensando que no perdía nada con probar, y guiado por aquella obsesión de poder reunir material suficiente en Cuba para terminar mi novela, emprendí el regreso, casi 40 años después de haber dejado a aquella isla tan lejana y, sin embargo, tan presente.
El regreso fue en gran parte una verdadera desilusión. Los recuerdos se refundieron con la nueva realidad y surgió un paisaje que reconocía a medias pero reinsertado en la penumbra de lo desconocido. Pero, como dice Andy García: “un cubano nunca deja de amar a su país”.
Tanto la primera como las posteriores visitas a la Isla, fueron necesarias para poder afrontar la reescritura de la novela y reunir la información que cobraría vida en la novela: personajes, paisajes urbanos, la evolución del habla coloquial, la temperatura política del país y el estado general de una sociedad que vive el fracaso de una ideología en la que, sin duda, alguna vez creyó, pero que hoy sólo se alimenta de sus ruinas.
Para mí, el desterrado, el desarraigado, el regreso fue el comienzo de un largo y doloroso camino por el cual, poco a poco, tuve que ir reacomodando mi visión del pasado con el desconocido y engañoso presente que finalmente logró imponerse.
Pero todo ello, paradójicamente, me ayudó a terminar la novela. Pude descubrir que había una distancia saludable entre la Cuba actual y yo, al mismo tiempo que podía entenderlo todo mejor que un extraño, y, lo más importante, podía verlo todo sin odio y sin pasión, aunque con dolor y cariño.
La novela de espionaje, o thriller político, como también se conoce a éste género literario, y que los historiadores –como muchos de ustedes saben- sitúan su nacimiento pocos años antes de la Primera Guerra Mundial, tuvo desde sus inicios un corte netamente político.
Terminada la Primera Guerra Mundial surgieron escritores como John Buchan, probablemente el primer escritor importante del género de esa época, autor de “Los Treinta y nueve escalones”, que posteriormente Hitchcock llevara al cine.
Posteriormente, la Guerra Fría fue el hito histórico en el que el género fecundó. El gran maestro de aquellos primeros años de la post-guerra fue sin lugar a dudas Graham Greene, que además fue el primer escritor que colocó a Cuba en la topografía de las novelas de espionaje con “Nuestro hombre en La Habana” de 1958, una alucinante historia de un espía británico en La Habana pre-castrista que sir Alec Guinness inmortalizara con su actuación cuando un año después Carol Reed la llevara a la pantalla; aunque valga la aclaración: los espías que se mueven en La Habana de 1989, en “El Traidor de Praga” no son precisamente vendedores de aspiradoras. Son espías cubanos, formados en las escuelas del KGB, que en medio del naufragio del comunismo se aferraron al salvavidas de la Guerra Fría para continuar su labor de desestabilización en el Hemisferio Occidental.
Volviendo a Greene. Él es el primer escritor que utiliza sus propias experiencias en la inteligencia británica para escribir también las primeras novelas izquierdistas que se escribieron utilizando el formato de las novelas de espionaje.
Más tarde, en 1961, un recién llegado, David John Moore Cornwell, que firma con el pseudónimo de John le Carré, utilizando también como Greene, sus experiencias personales en el servicio de inteligencia británico, escribe su primera novela: “Llamada para el muerto” (Call for the Dead), pero no fue hasta 1963 cuando con su tercera novela “El espía que surgió del frío”, (The Spy Who Came in from the Cold) se convierte en el autor de novelas de espionaje más leído e interesante de esa época, y de otras épocas posteriores.
Le Carré logra así con esta novela, equilibrar la balanza ideológica que Greene había llevado hacia la izquierda, centrando la problemática de sus novelas en la Guerra Fría y la lucha que libra Occidente a través del flemático y solitario George Smiley, contra el maquiavélico Carla, jefe del espionaje soviético.
Durante el colapso de los regímenes comunistas en Europa del este, entre noviembre de 1989 y enero de 1990, es cuando se desarrolla la historia de “El Traidor de Praga”. Es el momento en que el mayor Paredes, segundo hombre de la inteligencia cubana en Praga, decide pasar información altamente secreta a la CIA. En Washington, su traición provoca dudas y escepticismo, a pesar que Javier Puig, el espía cubano-americano que sirvió de enlace con Paredes y viejo amigo de éste, trata de convencer a Langley de que no se trata de una provocación o infiltración cubana, sino de la decisión de un hombre valiente que, poniendo en juego su propia vida, trata de ayudar a la caída del régimen de Fidel Castro; sin embargo, la propia credibilidad de Puig es cuestionada también por los halcones de la Agencia Central de Inteligencia y se crea un conflicto en el cual Puig incluso piensa seriamente dejar la operación y también el espionaje.
Lil, una joven estudiante radical alemana, de descendencia judía, convertida en espía de La Habana, es el detonante que logra que los norteamericanos finalmente acepten como verídica la información en la que Paredes les alerta de un terrible atentado terrorista en el que Cuba y agentes del agonizante campo socialista, agrupados en una organización ultra secreta, Comandos Internacionales de Solidaridad (CIS), una especie de ODESSA comunista, están a punto de perpetrar…
Pero, además, “El Traidor de Praga” es también la intrahistoria de los últimos meses de la debacle del comunismo en Europa, y cómo el régimen de Fidel Castro trató de sobrevivir durante esa época…
Para contar esta historia me he valido de las técnicas de investigación periodística, es lo que también se ha dado en llamar la novela testimonio, un género literario híbrido que aparece en la década de los setenta. Lo que en Norteamérica se ha dado en llamar “Faction”. Como se sabe, fueron Forsyth y Follett con “Chacal” y “La gran aguja”, respectivamente, los primeros, que gracias a su formación periodística, introdujeron en la novela de espionaje el uso dramático de los acontecimientos históricos, combinando la novela testimonio o Faction con el thriller político.
Es decir, la elaboración de una trama en la que la ficción y los hechos históricos se mezclan con personajes reales y ficticios, un relato en que la historia no es usada como comodín o telón de fondo, sino como protagonista, junto a sus personajes, estableciendo así un puente dramático entre la ficción y lo real.
Para mí es muy importante que el lector, además de disfrutar de la tensión y el suspense de la novela, pueda así mismo enriquecer sus conocimientos históricos.
Por ello, yo espero, que esta novela contribuya, modestamente, a rescatar una época, una historia que constantemente La Habana trata de escamotear y tergiversar, rescribiéndola… pero, como dijera Guillermo Cabrera Infante, esa obsesión del castrismo por inventarse y reinventarse la historia, es en fin de cuentas, si se quiere, también una labor literaria…
Muchas gracias.
Fotos: R.Cazorla, entre otros.
Vídeo: Manuel Rodríguez Ramos
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